El Gran Teatre del Liceu ha estat, des de sempre, el principal aparador de la burgesia barcelonina, ha estat l’escenari refinat i prestigiós on les riques famílies de la ciutat s'han relacionat, on tot aquell que vol pertànyer a l’élite dels diners veu i es deixa veure. Un dels moments més brillants en aquest escenari és la inauguració de la temporada operística. Les Rambles s’omplen de gom a gom, hi circulen els millors cotxes i els més luxosos vestits es llueixen a les llotges i a la platea del Gran Teatre. Això ho tindrà present l’anarquista Santiago Salvador quan va decidir cometre un atemptat contra el teatre i la gent que l’omplia. Tenia l’escenari i el moment oportú per fer mal.
Els anarquistes, representants de la classe obrera, estaven en lluita contra els patrons i l’autoritat, i usaven les armes que tenien al seu abast: primer, van ser les vagues que aturaven la producció de les fàbriques fins que no s’atenguessin les seves reivindicacions, més tard, a la darreria del segle XIX, els atemptats prenen una gran volada i constitueixen les armes de l’acció de protesta obrera.
Un dels atemptats més destacats es va produir el 24 de setembre de 1893 a la Gran Via de Barcelona. Aquell dia, el capità general de Catalunya Martínez Campos havia organitzat una desfilada militar per celebrar l’onomàstica de la princesa. Aquesta reunió va ser triada per l’anarquista Paulino Pallàs per llançar una bomba. Volia venjar la dura repressió i les injustícies que van seguir a una rebel·lió camperola de Jerez l’any anterior. A conseqüència de la bomba el general Martínez Campos i els generals Castellví i Clemente van resultar ferits i el guàrdia civil Jaime Tous va morir. Pallàs no va deixar l’escenari de l’atemptat i va ser detingut, jutjat i executat. Amenaçava que les coses no acabarien aquí.
L’acció anarquista no va trigar gaire en arribar, menys de dos mesos després, el dia de la presentació d ela temporada 1893-94, el 7 de novembre, quan s’estava interpretant l’òpera Guillem Tell, de Rossini, a un quart d’onze de la nit, Santiago Salvador va llançar dues bombes a la platea del teatre. Una va esclatar, l’altra va quedar intacta al caure sobre la falda d’una de les dones mortes per la primera explosió. Dies desprès, durant el judici, explicaria la causa de la seva acció: “Mi deseo era destruir la sociedad burguesa, a la cual el anarquismo tiene declarada la guerra abierta; y me propuse atacar la organización actual de la sociedad para implantar el comunismo anárquico. No me propuse matar a unas personas determinadas. Me era indiferente matar a unos o a otros. Mi deseo consistía en sembrar el terror y el espanto”. Salvador havia entrat al teatre per la porta del “galliner” situada al carrer de Sant Pau. Amagava a la faixa dues bombes Orsini. Les bombes porten el nom de l’anarquista italià Felice Orsini que el 1858 havia utilitzat per atemptar contra Napoleon III i Victòria Eugènia de Montijo. Els monarques anaven a l'òpera a veure Guillem Tell!!!
Era un quart d’onze de la nit quan la soprano italiana Virginia Damerini (que perdé la seva germana en l’atemptat) estava acabant el segon acte de l’òpera. De sobte, un terrabastall agita el teatre. Es sent una tremenda explosió, una bomba ha esclatat entre les files 13 i 14, a la butaca 24. Mirant l’escenari a l’esquerre. La platea s’omple de fum. El soroll és immens. Només queda encesa la llum de l'escenari.
L’atemptat s’ha fet realitat: el centre de la burgesia ciutadana ha estat atacat, el balanç: 20 morts i un gran nombre de ferits.
Així començava La Vanguardia, el dia següent, la seva crònica :
<< Ni sabemos como empezar el relato del salvaje y miserable atentado de anoche: la magnitud del crimen; el cuadro que se presentó a nuestros ojos, de una multitud desencajada, despavorida; el cuadro más espantoso todavía de doce ó catorce cadáveres ensangrentados, mutilados; de heridos lanzando ayes, de moribundos en el estertor de la agonía, toda esa imagen horrible encendiendo la ira en el alma y anudando la garganta con la emoción, impide coordinar las ideas para narrar el suceso y para condenarlo como se merece. De todos los labios, de todas las clases sociales, del hombre del pueblo y del caballero, de todo el mundo salieron anoche explosiones de indignación contra esos viles asesinatos perpetrados en una muchedumbre tranquila, indefensa y confiada á la nobleza de sentimientos de Barcelona. No, el pueblo de Barcelona, ni las clases obreras, ni las clases medias, ni las clases altas; ninguna de esas clases indistintamente, porque todas se disputan la santa emoción de llorar con el afligido, de consolar al triste, de socorrer al necesitado, y están siempre en la práctica de la abnegación y de los sentimientos humanos más nobles, ninguna de esas clases puede tener solidaridad alguna con la vileza que se necesita para un crimen como el de anoche. De aquí que la condenación fuera unánime y que la explosión de indignación fuera general.
<< Ni sabemos como empezar el relato del salvaje y miserable atentado de anoche: la magnitud del crimen; el cuadro que se presentó a nuestros ojos, de una multitud desencajada, despavorida; el cuadro más espantoso todavía de doce ó catorce cadáveres ensangrentados, mutilados; de heridos lanzando ayes, de moribundos en el estertor de la agonía, toda esa imagen horrible encendiendo la ira en el alma y anudando la garganta con la emoción, impide coordinar las ideas para narrar el suceso y para condenarlo como se merece. De todos los labios, de todas las clases sociales, del hombre del pueblo y del caballero, de todo el mundo salieron anoche explosiones de indignación contra esos viles asesinatos perpetrados en una muchedumbre tranquila, indefensa y confiada á la nobleza de sentimientos de Barcelona. No, el pueblo de Barcelona, ni las clases obreras, ni las clases medias, ni las clases altas; ninguna de esas clases indistintamente, porque todas se disputan la santa emoción de llorar con el afligido, de consolar al triste, de socorrer al necesitado, y están siempre en la práctica de la abnegación y de los sentimientos humanos más nobles, ninguna de esas clases puede tener solidaridad alguna con la vileza que se necesita para un crimen como el de anoche. De aquí que la condenación fuera unánime y que la explosión de indignación fuera general.
Entrañas de tigre, sin vestigio siquiera de humanidad, hace falta para arrojar en medio de una multitud confiada una máquina que siembre la muerte y la destrucción á ciegas; pero, ¿á dónde vamos á parar si en el seno de una sociedad se permite que anden sueltos los tigres? No ya el gobierno y las autoridades; todo el mundo; todo el que se precie de humano tenemos el deber, cada cual en su esfera y con sus medios, de contribuir á que no sean posibles crímenes semejantes, que por su naturaleza colocan á quien los concibe y a quien los ejecuta no fuera del derecho común sino fuera de todos los derechos posibles. Ni á la sombra de una idea, por radicales que sean sus fórmulas, ni al amparo de una pasión por violenta que sea se pueden justificar tales crímenes, y por esto creemos que es un deber de conciencia de todo el mundo, pobres y ricos, lanzar de la sociedad en que viven á los que, locos ó malvados, no piensen más que en destruirla.
Por caminos como el que trazan crímenes como el de anoche no se puede llegar, sino se pone coto inmediato, más que al fomento de todos los rencores, á la caza del hombre por el hombre, á un retroceso de siglos en la civilización humana.>>
Seguim llegint laVanguardia, és molt explícita pel que fa a la descripció de la catàstrofe:
<< La confusión era horrorosa, tanto, que en los primeros instantes no se creyó que la catástrofe fuera tan grande ni tan crecido el número de víctimas; pero desgraciadamente pronto se advirtió que aquel número sobrepujaba en proporciones á cuanto pudiera nadie figurarse.
Cuando se calmó algo la confusión y se serenaron los ánimos, penetramos en el salón, ofreciéndose entonces á nuestros ojos un espectáculo aterrador.
Entrando por el pasillo del centro, á mano derecha, en las filas trece y catorce, que es donde debió de caer ó de estar colocada la bomba, se veían rotos, materialmente hechos astillas dos sillones y volcados otros.
Allí, entre la madera astillada y el terciopelo desgarrado, se veía un montón de cadáveres.
Yacía en primer término en la fila catorce, bañada en sangre que formaba un gran charco que se extendía hasta la fila doce, yacía una señora vestida de blanco con la cara completamente destrozada lo mismo que la parte superior del tronco de tal manera abierta, que dejaba al descubierto la cavidad torácica, convertida en una masa informe de pulpa sanguinolenta. A su lado y más hacia la derecha otra señora vestida de luto, caída también en el suelo, pero cuyas heridas apenas se advertían. En el sillón del lado otra señora muerta también, sentada como la sorprendió el proyectil y con la lívida cabeza caída hacia atrás, sobre el respaldo. Al lado de ésta un caballero vestido de frac que tenía una herida en la cabeza y ésta apoyada sobre el respaldo del sillón de la otra fila.
En la fila trece y precisamente en el sillón del lado de aquel en que se apoyaba el último cadáver citado, estaba con la cabeza echada hacia atrás una señorita joven vestida de blanco, á la que su propia sangre salpicaba de un modo horrible empañando en grandes manchas la blancura del traje.
Más allá un caballero con la cabeza apoyada en la palma de la mano y el codo en el brazo del asiento.
Por último á su lado, en el suelo, otro cadáver de una señora que tenía destrozada la cara y las piernas, dejando al descubierto por entre la desgarrada ropa, las cuerdas de las exangües venas y arterias y los tendones y músculos bañados en sangre.
Ningún deterioro más se advertía á primera vista en aquel recinto, si bien los cascos de la bomba habían destrozado algunas molduras de los antepechos de los palcos y roto las bombas de las luces.
Pasamos desde el salón á Contaduría y allí vimos á una señora ya cadáver. A dos pasos de ella su esposo, que estaba gravemente herido y cerca también otro caballero herido en el rostro que manaba abundante sangre, y casi moribundo.
Subimos luego al salón de descanso y allí, sobre les anchos divanes de terciopelo azul y empapándoles con su sangre había tendidos varios cadáveres y en el primer diván había un caballero que respiraba aun, con el rostro pálido y ensangrentado á un tiempo.
Siguiendo a mano izquierda, sobre el diván inmediato, estaba el cadáver de otro caballero, con la blanca pechera manchada de sangre y destrozada la barba y la cabeza.
En el último asiento, tendido también, un caballero francés, ya muerto. Tenía la boca y cabeza convertidas en una masa sanguinolenta.
Era de complexión robusta y fuerte y llevaba desabrochado el chaleco, como si en un movimiento inconsciente y convulsivo hubiera hecho saltar los botones.
Velando aquel sueño eterno, permanecía junto a su cabecera un caballero francés, que en la sala de espectáculos había estado a su lado, y que nos explicó que se salvó milagrosamente de la muerte.
Ambos habían llegado esta misma mañana en el tren correo deFrancia. Era el muerto Ingeniero Administrador del Canal du Verdón.
En el diván frontero del otro lado de la sala había una señorita joven y hermosa, vestida de blanco que tenía un agujero en la sien y destrozada la órbita del ojo derecho. Se conoce que la muerte fue instantánea y que por consiguiente no ocasionó sufrimiento alguno a la infeliz, pues sus puras facciones parecían tranquilas.
Más hacia el fondo y a la misma mano veíanse los cadáveres de dos señoras más, tendidas en el suelo.
En un rincón se hallaba sentada una mujer joven, herida también en la cabeza y con el traje manchado de sangre, pero cuyas heridas á juzgar por su aspecto exterior no parecían ofrecer mucha gravedad.
Por último, en un diván del testero que da espalda á la salade espectáculos, el cadáver de otra señora.
En el anfiteatro quedó muerto, en el sillón donde estaba sentado, un caballero, con el pecho y la cabeza atravesados por un casco.
Heridos leves se veían en gran número: unos á quienes hirieron los cascos de metralla y otros que tenían desgarraduras producidas porlas astillas de los sillones.
Hasta en el quinto piso quedaron contusos y heridos levemente algunos espectadores. En el tercer piso un proyectil saltó el ojo a un caballero>>. La descripció fa esgarrifança.
Com a resultat del’atemptat la temporada al Liceu va ser suspesa. El 18 de gener de 1894 es van reprendre les actuacions però amb una sèrie de 8 concerts dirigits pel mestre Antoni Nicolau. El 24 de març del 1894 es reprendre la temporada amb l’opereta La fille de madame Angot de Charles Lecocq.
Dies desprès de l’atemptat les botigues van tancar i els teatres van deixar de fer les representacions. Les classes altes de la ciutat van tancar-se a casa seva. Poc a poc la ciutat tornarà a viure amb normalitat. La policia farà les seves indagacions i acabarà detenint el culpable: Santiago Salvador. Però això ja és un altra història.
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