Silencio es igual a muerte. Ése es el lema. Y Keith Haring, un joven pintor norteamericano con pinta de turista de mochila pero ya montado en el dólar y la fama, pasó ayer cinco horas gritando con pintura roja su Consigna: “Todos juntos podemos parar el sida” es el título del mural que dibujó en el corazón del distrito más marginal de una ciudad que vive la ilusión de la abundancia.
El muro de cemento armado que refuerza una de las fachadas de la plaza Salvador Seguí —entre las calles Sant Pau y Robadors— sirvió de soporte para la obra de Haring Un artista de 30 años capaz de pintar edificios escolares, las chaquetas de Madonna, el cuerpo de Grace Jones o murales para los grandes museos. Un chaval que hace tan sólo diez años “ensuciaba” el metro neoyorquino con “sprays” pero que una obra suya de tres por tres metros se cotizó en la última exposición a 90.000 dólares.
“Veinticinco por dos, cincuenta. Cincuenta por diez mil: ¡medio millón de dólares!”hace cuentas un vecino escéptico ante el mural. “No me lo puedo creer!”.
Keith, absorto en la textura del cemento en la que se aprecian restos de anteriores pintadas
(Cris ama a Pep), trabaja con seguridad y rapidez. Los trazos surgen de su pequeño pincel del 24 con el mango roto, que de cuando en cuando impregna con la pintura roja de medio envase de tetrabrik mientras un radiocasette portátil atruena “house music” y la curiosidad de los niños y vecinos del barrio, de la gente de la prensa de algún “beatiful people” arrope al artista.
‘Conozco muchas ciudades del mundo”, asegura Haring, mientras engancha un bocadillo durante un breve descanso, “pero Barcelona me fascinó desde el primer momento: tiene una
energía, una magia especial. Me gustaría vivir aquí”.
Miró, Gaudí y el Palau Robert —perfecto para las medidas de mis cuadros— constituyen tres alicientes en ese sentido para un artista comprometido con su tiempo —participó activamente en su país en las campañas contra el sida y el “crack”— y que considera que no existe soporte más noble para una obra de arte que los vagones del metro.
El mural, realizado de forma gratuita, pretende, según el artista, “sensibilizar a la gente para que adopte una actitud inteligente de cara a la protección contra el sida” pero es también el exponente de que los penosos recorridos burocráticos de la Administración municipal pueden evitarse.
Fíjense: Montse Guillén, gastrónoma que exportó el “pa amb tomàquet’ a Nueva York, reconoció a Keith en una exposición de Frederic Amat. A las dos de la mañana del viernes ,en un local nocturno, el artista acepte la propuesta. Al día siguiente se pide permiso al Ayuntamiento y veinticuatro horas más tarde la obra cobra cuerpo.
“Este mural inscribe dentro de un programa de prevención del sida que se desarrolla en Ciutat Vella”, explica Xavier Casas coordinador del distrito.
“Esto es una payasada que nos va a sacar los clientes”, se queja Hidalgo Tejada, propietario de un bar de la calle Robadors.
“Ya hace un año que he dejado de picarme. ¿Me darás una gorra?’, pide un mirón.
Mientras, los chavales del barrio leen el texto a medida que Keith Haring lo dibuja ”todos...
juntos podemos parar el sida”.
MANUEL DIAZ PRIETO
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