EL QUIJOTE VENÇUT A LA PLATJA DE BARCINO

La fi de les aventures del Quijote a Barcelona és trist, Cervantes diu de la seva estada a la ciutat que  "las cosas que me han sucedido en ella no son de mucho gusto, sino de mucha pesadumbre". Encara que afageix "lo llevo sin ella sólo por el hecho de haberla visto".

Y una mañana, saliendo don Quijote a pasearse por la playa armado de todas sus armas, porque (...) ellas eran sus arreos, y su descanso el pelear y (...) vio venir hacia
él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído, en altas voces, encaminando sus razonesa don Quijote, dijo:
- Insigne caballero y jamás como se debe alabado don Quijote de la Mancha, yo soy el Caballero de la Blanca Luna, cuyas inauditas hazañas quizá te la habrán traído a la memoria. Vengo a contender contigo y a probar la fuerza de tus brazos, en razón de hacerte conocer y confesar que mi dama, sea quien fuere, es sin comparación más hermosa que tu Dulcinea del Toboso; la cual verdad si tú la confiesas de llano en llano, excusarás tu muerte y el trabajo que yo he de tomar en dártela; y si tú peleares y yo tevenciere, no quiero otra satisfacción sino que dejando las armas y absteniéndotede buscar aventuras, te recojas y retires a tu lugar por tiempo de un año,donde has de vivir sin echar mano a la espada, en paz tranquila y en provechoso sosiego, porque así conviene al aumento de tu hacienda y a la salvación de tu alma. Y si tú vencieres, quedará a tu discreción mi cabeza, y serán tuyos los despojos de mis armas y caballo, y pasará a la tuya la fama de mis hazañas.

Don Quijote quedó suspenso y atónito, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por que le desafiaba, y con reposo y ademán severo le respondió:

- Caballero de la Blanca Luna, cuyas hazañas hasta ahora no han llegado a mi noticia, yo osaré jurar que jamás habéis visto a la ilustre Dulcinea; que si visto la hubiérades, yo sé que procurárades no poneros en esta demanda, porque su vista os desengañara de que no ha habido ni puede haber belleza que con la suya comparar se pueda. Y así, no diciéndoos que mentís, sino que no acertáis en lo propuesto, con las condiciones que habéis referido acepto vuestro desafío () Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes; que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, san Pedro se la bendiga.

El visorrey, creyendo sería alguna nueva aventura fabricada por don Antonio Moreno o por algún caballero de la ciudad, salió a la playa (...)  viendo, pues, el visorrey que daban los dos señales de volverse a encontrar, se puso en medio, preguntándoles qué era la causa que les movía a hacer tan de improviso batalla () perplejo () se apartó diciendo:

- Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor don Quijote está en sus trece, y vuestra merced el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense


Don Quijote (...) encomendándose al cielo de todo corazón ya su Dulcinea (como tenía costumbre al comenzar de las batallas que se le ofrecían), tornó a tomar otro poco más del campo, porque vio que su contrario hacía lo mesmo, y sin tocar trompeta ni otro instrumento bélico que le diese señal de arremeter, volvieron entrambos a un mesmo punto las riendas a sus caballos; y como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza que la levantó al parecer, de propósito-, que dio con Rocinante y con don Quijote por el suelo una peligrosa caída.

Fue luego sobre él, y poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:
-Vencido sois (...) y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.
Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo:
- Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida, pues me has quitado la honra.


Levantaron a don Quijote, descubriéronle el rostro y hallárosle sin color y trasudando. Rocinante, de puro malparado, no se pudo mover por entonces. Sancho, todo triste, todo apesarado, no sabía qué decirse nique hacerse: apréciale que todo aquel suceso pasaba en sueños y que toda aquella máquina era cosa de encantamiento. Veía a su señor rendido y obligado a no tomar armas en un año; imaginaba la luz de la gloria de sus hazañas escurecida, las esperanzas de sus nuevas promesas deshechas, como se deshace el humo con el viento

() Finalmente, con una silla de manos, que mandó traer el visorrey, le llevaron a la ciudad,(...)


Seis días estuvo don Quijote en el lecho, marrido, triste,pensativo y malacondicionado, yendo y viniendo con la imaginación en el desdichado suceso de su vencimiento. Consolábale Sancho, y, entre cosas le dijo:
- Señor mío, alce vuestra merced la cabeza y alégrese, si puede, y dé gracias al cielo que, ya que le derribó en tierra, no salió con alguna costilla quebrada, y pues sabe que donde las dan las toman (),volvámonos a nuestra casa y dejémonos de andar buscando aventuras por tierras y lugares que no sabemos; y si bien se considera, yo soy aquí el más perdidoso,aunque es vuestra merced el más malparado.

Al salir de Barcelona, volvió don Quijote a mirar el sitio donde había caído y dijo:
- ¡Aquí fue Troya! ¡Aquí mí desdicha, y no mi cobradía, se llevó mis alcanzadas glorias; aquí usó la fortuna conmigo de sus vueltas y revueltas; aquí se oscurecieron mis hazañas; aquí, finalmente, cayó mi ventura para jamás levantarse!
Oyendo lo cual Sancho, dijo:
- Tan de valientes corazones es, señor mío, tener sufrimiento en las desgracias como alegría en las prosperidades
Muy filósofo estás, Sancho –respondió don Quijote- (...) Lo que te sé decir es que no hay fortuna en el mundo, ni las cosas que en élsuceden, buenas o malas que sean, vienen acaso, sino de particular providenciade los cielos, y de aquí viene lo que suele decirse: que cada uno es artífice de su ventura. 

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